Si miro atrás, todo comenzó con la figura de Nug, el perrito de la familia. No era un encargo, ni siquiera un proyecto pensado para vender. Simplemente sentí la necesidad de capturar su esencia en una pequeña escultura hecha con mis propias manos y regalársela a mi madre, para que siempre la tuviéramos en casa.
Los animales siempre han sido una parte fundamental de mi vida. Crecí junto a Ferro, que me acompañó desde mi primer año hasta los 19. Desde entonces, no concibo mi día a día sin la compañía de un peludo. Son familia, cómplices de momentos felices y refugio en los días difíciles.


Cuando hice la figura de Nug, entendí que no solo estaba modelando arcilla, sino emociones, recuerdos y el amor incondicional que nos une a ellos. Así nació la idea de los personalizados: cada mascota deja una huella única, y poder plasmarla en una escultura es mi manera de rendirles homenaje.
Más tarde llegó Ori (¡seguro que muchos ya lo conocéis por Instagram!), y con él, el reto de aprender a moldear gatos. Aunque pueda parecer lo mismo, es un proceso totalmente diferente: sus formas, sus expresiones, sus bigotitos… cada detalle cuenta para capturar su esencia.
Recuerdo perfectamente mi primer encargo en una feria en Sant Boi. Un chico se acercó y confió en mí para hacer a su mascota. ¡No me lo podía creer! Lo que al principio fue un reto personal, se convirtió, con más de cien encargos, en algo mucho más grande. Cada escultura no es solo una figura: es una historia, un vínculo, un trocito de la vida de alguien.
